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10 octubre 2006

La NBA en Europa

La gira europea de la NBA se está saldando, cuando se escriben estas líneas, con tres victorias por el bando americano y dos por el europeo: el mismo F.C. Barcelona que sigue sin levantar cabeza en la liga derrotó con solvencia a los Sixers de Philadelphia y los Clippers de Los Ángeles han sido apabullados por casi veinte puntos por el CSKA de Moscú. No sería extraño que otro equipo NBA volviese a tropezar antes del fin de la gira. Sólo tienen en su descargo que acaban de comenzar la pretemporada. El resto son meras excusas porque ellos tienen a los mejores: a los de allí, a los de aquí y a los de allá. Desde hace años ha sido cada vez más evidente que las diferencias, no ya entre jugadores, sino entre los equipos de uno y otro lado han dejado de existir. Algunos de los mejores equipos europeos tendrían un sitio en una NBA donde hay demasiada diferencia entre unas y otras escuadras. Pero hay que reconocer que para montar y vender el espectáculo los yanquis se bastan solos, nos queda mucho por aprender en cuanto a organización, al marketing o a las retransmisiones. Hay que agradecerles estas visitas anuales, que hacen que el baloncesto acapare la atención de los medios de comunicación y de los aficionados al menos por unos días porque nuestras competiciones no son capaces de hacerlo.

Habían sido las actuaciones de los distintos combinados nacionales estadounidenses, en Juegos Olímpicos o Campeonatos del Mundo, las que, tiempo atrás, ya venían certificando que las enormes diferencias en la cancha entre jugadores y entrenadores de uno y otro lado se habían reducido. Los de aquí han podido demostrar que tampoco eran mancos. El impacto de Michael Jordan en la NBA hizo que la organización de la liga y los equipos inclinasen la balanza del espectáculo hacia las estrellas, hacia las individualidades (ahora ya algunas de ellas europeas). Antes, Johnson o Bird marcaban las diferencias pero siempre hacían mejores a sus compañeros. Ahora en EE. UU. no se habla del conjunto, se habla de jugadores. Los herederos del mejor jugador de todos los tiempos han seguido su legado parcialmente, muchas veces no se trata de meter más puntos que el equipo contrario, se trata de meter más puntos que tu propio compañero no vaya a ser que ponga en peligro tu estatus. Como consecuencia de ello la combinación de táctica, disciplina y también algo de técnica –a darse de tortas nos podrán siempre– seguirá haciendo que los chicos del comisionado Stern se lleven algún que otro disgusto.

En Europa se juega de otra manera. Aquí se da más importancia al equipo, quizás porque todavía mandan los entrenadores y sus egos son todavía más grandes que los de los jugadores. El problema es que la sangría del baloncesto europeo continuará en el futuro y así es imposible mantener el interés del espectador. ¿Se puede pedir al aficionado español que esté más atento a la liga ACB que a la competición en la que juegan tres titulares de la selección y un chico de diecinueve años que aquí ya se ha salido? De la misma manera, ¿se puede pedir a esos jugadores que no vayan a medirse con los mejores del mundo cobrando un dinero que aquí no llegarían a cobrar ni por salir en Dolce Vita? Después de acabar, años ha, con el monopolio público sobre el baloncesto profesional nos hemos quedado atascados en unas competiciones –nacionales o internacionales– de andar por casa. ¿La solución? El tío Sam nos va a tener que explicar cómo hay que hacer las cosas. Por el bien de nuestro baloncesto esperemos que sea así.

artículo publicado en Libertad Digital (8 de octubre de 2006)